domingo

O.

Minnesota, EEUU. Rondaba el año 81. Robert W. W. Putersmith nunca se preocupó demasiado por sus semejantes. Vivía rodeado por la abundancia. Dirigía un considerable fragmento del mundo desde su bufete de abogados en un elegante complejo de apartamentos de la avenida comercial. Un día el señor Putersmith descubrió que le había nacido un ojo en el medio de su despajada frente. Aquel extraño suceso le llenó de temor. Compró un elegante peluquín al estilo beatle y se dispuso a seguir con su trabajo. Pese a que cerraba los ojos, aquel nuevo añadido se resistía a dejar de mirar. Miraba cosas que él no quería ver. Era realmente molesto aquel ojo. Un cirujano plástico colega se resistió a extraer el ojo por riesgos médicos, de modo que el señor Putersmith se cosió el molesto ojo. Al día siguiente amaneció con dos nuevos ojos, en ambos lados del tronco. Volvió a coserlos. Y volvieron a aparecer nuevos ojos a medida que los cosía en los lugares más insospechados: axilas, rodillas, tobillos, muñeca… Finalmente se rindió y dejó de coser sus ojos. Desde entonces el paradero del señor Putersmith es un misterio. Clausuró el bufete y algunos testigos bastante fiables hablan de un espectáculo que deambula por los pueblos anunciando a la última maravilla de los monstruos de feria: el hombre de los mil ojos.

sábado

¡AL INFIERNO CON EL QUE VOMITÓ EN EL MEDIO DE MI BONITO RELATO!

Caminaba por la avenida. La avenida de azulejos rosas. Crescencio era feliz en ciudad sonrisa, a pesar de su nombre. Qué bonito era el paisaje. Cómo cantaba alegre y despreocupado el pajarillo en la ramita ocre. Cuan feliz aquel vecino recortando su césped. Qué alegría serena en el aire. Todo cantaba: la linda cuarentona de perfumado camisón color fucsia, el animado colibrí, el educado infante en su reluciente patinete, el apuesto yuppie con su maletín de piel… Todo era felicidad en aquel mundo de ojos azules y sonrisas blanquísimas. El cielo era azul y cristalino e inundaba las casas blancas. El ambiente era estable, una agradable brisa traía en sus brazos el olor de las flores. Las flores… las petunias, las margaritas, los tilos… su fragancia inundaba el pueblecillo. Todos sonreían al oler las flores, olían hasta en el wáter. En ciudad sonrisa la gente defecaba sonriendo porque todo olía a rosas. Crescencio se dio cuenta de que estaba en el lugar en el que quería pasar el resto de su vida: felicidad, estabilidad, paz, alegría comedida… todo rodeado por urbanizaciones de adosados y avenidas de losetas rosadas llenas de ciclistas sonrientes. De repente algo dejó de encajar. Había algo en medio de la calle. Crescencio se acercó. Parecía un vómito verde. Lo olió; después lo probó… efectivamente, era un vómito.

Algo nuevo creció en el estómago de Crescencio. La ira. ¿Quién se atrevía a vomitar en la mitad de su preciosísimo pueblecito? Su desgarrador aullido inundó el aire. Los niños se taparon las orejas, al igual que las alegres-no-menopáusicas-cuarentonas y los ejecutivos. Todos corrieron hacia Crescencio en cuanto dejó de gritar. Al ver la terrible mancha unos cuantos se horrorizaron, hicieron las maletas y marcharon a los límites de la ciudad. El resto se encargó de linchar y ahorcar a Crescencio. Tras esto todo volvió a la normalidad, rezaron a su Dios y se pusieron a cenar.
A la mañana siguiente fueron dos los vómitos que aparecieron. Crescencio colgaba de un viejo roble, con su piel desollada y empezando a acumular moscas, con lo que era poco probable que se hubiera desplazado hasta la plaza del pueblo para vomitar dos veces. Así, los habitantes de ciudad sonrisa buscaron culpables. Degollaron a todas sus mascotas y volvieron a sus casas a tiempo de bendecir la cena.

Otra mañana pasó, y tres vómitos más llegaron con ella. De modo que los felices habitantes de ciudad sonrisa decidieron empalar a todos los posibles culpables. Los ancianos de más de setenta años y los niños menores de cinco fueron atravesados por frías estacas de acero al atardecer.
A las seis de la mañana del día siguiente comenzó a llover vómito verde. Puede que la alegre fábrica de biblias de ciudad sonrisa hubiera acabado por destruir el ecosistema de la zona, ¡quién sabe! El hecho es que los anteriores seis vómitos sólo fueron un tímido aviso comparado con aquello. Ciudad sonrisa se deshizo en vómito y ya nadie sonrió.



domingo

HISTORIA DEL HOMBRE QUE COMÍA TIEMPO

Un hombre curioso, éste
Nunca dos veces en la misma escena.
Iba a cruzar la puerta, desaparecía,
y la puerta se cerraba.
Muy ocupado como para
respetar las normas físicas.
Comía el segundo plato
antes de que le trajesen la carta,
y siempre entradas para el cine
sin guardar nunguna cola.
El hombre comía tiempo,
aunque nunca lo supo,
demasiado ocupado
comiendo fragmentos de su vida.
No tenía tiempo para pensar.
Se dejaba pensar.
Los periódicos le pensaban.
Los leía de tres en tres.
¡Cómo perder tiempo!
Comía, desayunaba, merendaba,
cenaba, todo a un tiempo,
tenía un estómago de repuesto
y desagraba verlo engullir.
Por suerte se saltaba espacios temporales,
dejando descansar a mi vista de vez en cuando.
Se duchaba y defecaba a la vez.
Hacía la declaración de la renta mientras follaba.
Rezaba, se lavaba los dientes
y se desperezaba, mientras corría
adelantando al metro,
demasiado lento para él.
Aprovechando un fragmento por completar,
fue a recoger un impreso al ministerio.
Ahora se deja comer
por la burocracia y el tiempo...

sábado

ES DURO LLAMARSE ALFREDO

Yo. Yo era, digamos… un macho. Antes de morir al menos. Era un macho porque tenía más pelos en el pecho que cualquiera de mis amantes. Mis compañeros de penetraciones anales se sorprendían a menudo de mi hombría. 550 oscuros pelos nublaban mis pezones. También era muestra de mi hombría mi voz ronca. No mentiré se digo que en el televisor los hombres afeminados poseen la maldición de voces aterciopeladas, mientras que los hombres verdaderos tienen voces ásperas. Mi voz era profunda y casi, diría yo, siniestra. Claro que yo nunca llegué a oírla. Yo soy un artista. Como todo artista que se precie tengo un cuerpo grande, un torso de enormes dimensiones coronado por una diminuta cabeza. Mi cabeza es, sobre mi cuerpo, caricaturesca,, minúscula, ínfima, hasta tal punto que me olvido a menudo el paraguas cuando no llueve y lo saco cuando no hace sol, y nunca tengo migrañas, pues en tal pequeñez no caben cerebro y dolor a la vez.

Me gustaría contar lo que me pasó el último día que viví el mundo tal y como lo conocía. Era un sábado como otro cualquiera, así que entré en el lavabo a vomitar sangre y alcohol. Al arrodillarme frente a la taza del wáter vi a un hombre mirándome con ojos de neón. Yo le miré también, por educación, mientras me corría el vómito grisáceo por la comisura de los labios.
-Puedo mirar –dijo él-, ¿verdad? Me gusta. Me gusta tanto…
No supe qué decir en aquel momento, de modo que volví a expulsar bilis sintiendo su mirada inquisitiva. No podría decir que me molestase en ese momento, diría que incluso me provocaba una ligera excitación. El problema comenzó cuando empezó a sacar natilla de su ombligo, natilla que fue transformándose y tomando forma, primero sólo sacudiéndose como rama violenta, luego en reptil y finalmente en brazo humano, con tatuaje de “amor de madre” incluido, que me sostuvo en el aire varios minutos. Fue entonces, creo, cuando morí, al menos según mis prejuicios católicos. La natilla se adentró en cada poro de mi piel, penetrando y fragmentando mis órganos. El momento de la explosión produjo algo de sangre… al fin y al cabo era la primera vez que era violado por un alienígena. Después sólo quedé en el suelo, tornado a mancha negra, esperando la fregona.
La siguiente mirada que vi fue la de mi amigo.

-He tenido la noche más rara de mi vida –me dijo, con su natural perspicacia-. Me he reunido con la mitad de la quinta convención de antropófagos neozelandeses y nos hemos pasado la noche entre ritos satánicos, aullidos a la luna y todo tipo de vejaciones. Ha sido fantástico, me han orinado encima, me han arrancado algunos miembros, e incluso me obligaron a probar el pollo a la Pantoja. ¿Cómo lo llevas tú?
Yo no sabía que decir en aquel momento. Mi amigo estaba como siempre (salvo porque le faltaba el brazo izquierdo y en su lugar sólo tenía un desagradable y supurante muñón), mientras que yo era una mancha negra en el suelo de un lavabo público.
-Te veo raro –siguió Ernestino-. No me digas más, ¡te ha violado un alienígena y has acabado convertido en una mancha negra esperando la fregona. Siempre andas compitiendo a ver quién pasa la noche más loca, ricura. Esta vez te has superado.
Dicho esto se fue. Quise gritar, pero las manchas no tienen boca. En realidad no tienen nada, excepto mancha. Así que me resigné y esperé la llegada de la señora de la limpieza. Cuando llegó me fregó, me estrujó y me echó en un sucio cubo de agua de fregar. Entonces fue definitivo, morí.
Yo soy católico, como ya he dicho. Por esto no pude evitar sentirme estúpido al ver que me había reencarnado. Después, ya acostumbrado, me rasqué el lomo. Y es que es duro ser un perro con pulgas llamado Alfredo en una ciudad que no sabe que los perros tienen nombre. Es duro que te llamen Toby, Rufus, Roky, Kyara, etc. Ciertamente es duro llamarse Alfredo.



EL ÚLTIMO VIAJE DE KILYAN VICENTE

Se sentía sólo. Posiblemente más sólo de lo que nunca había estado. Era una noche más, él encerrado escuchando jazz austrohúngaro en su claustrofóbica habitación. Pensando en la misma mujer que creía poder olvidar cada dos meses, para luego volverla a rescatar en su mente tras cada nuevo enterramiento. Ella fue el mejor aperitivo que nunca había tenido, y el más indigesto también. Un día ella se marchó. Tal vez fuera porque Kilyan Vicente tenía cuatro brazos. Aunque se resistía a pensar que fuese tan superficial. Siempre le había mentido, ensanchando los brazos de su camisa, presumiendo de unos bíceps abultados. La mentira no duró mucho.

Con frecuencia Kilyan Vicente se sentía sucio, por eso se duchaba cada cuarto de hora. Poco más hacía, de hecho, pues al acabar de secarse ya volvía a necesitar lavarse. Aquella noche decidió limpiarse definitivamente. Limpiar su corazón del recuerdo de aquella mujer. Llenó el baño de agua caliente y espuma. Después rajó sus cuatro muñecas, abriéndolas con un cuchillo de cortar queso, dejando que la sangre siguiera su curso, expandiéndose hacia otro lugar. Le sobraba sangre, le sobraban brazos, le sobraba la vida, en esos momentos. Despacio, como siguiendo una ceremonia privada, introdujo sus cuatro manos en el agua y poco a poco se fue vaciando. El vapor se elevaba y el grifo expulsaba truenos líquidos. Agua inundaba de tentáculos escarlata, después sopa de tomate. La fuerza escapó de Kilyan Vicente. Hasta que todo se apagó.
Cuando el hombre de cuatro brazos despertó estaba en un paisaje esponjoso. Enfocó la imagen y vio a un ser turbio y por formar, con cuerpo de animal y cabeza humana.
-No has hecho bien –dijo la criatura-. Morir sin construir nada. Eso no está nada bien.
Kilyan Vicente no podía creer lo que estaba viendo, así que se partió un dedo. Al comprobar el dolor y que permanecía en el mismo sitio, sólo dijo:
-Seré idiota, ya me he roto otro dedo.
Después se limitó a seguir al ser por un pasillo de nube…

CARLITO, EL NIÑO POLÍGLOTA

Carlito era un niño afortunado.
Hablaba con su padre en castellano.
Con su madre, austríaca, en alemán.
Recibía sus clases en catalán,
excepto tres, que daba en inglés.
Una de sus tías era belga,
y hablaban en francés los martes.
Su amigo nigeriano le enseñó hausa
y mandarín un compañero chino.
Bengalí con el tendero Lipu.
Los miércoles y viernes,
clases particulares de italiano.
Veía canales griegos cada noche.
Hasta que tuvo el accidente.
Un hombre le avisó de que
el camión se le venía encima.
Pero el tiempo que tardó
en reconocer su idioma
en el complicado diccionario
que era ahora su cerebro,
fue demasiado largo.
Ahora habla hausa con su tía,
francés con su padre,
catalán con su amigo chino,
griego con el nigeriano,
inglés con el comerciante,
y con su madre ni habla.
Por sugerencia de su psiquiatra.

martes

HIMNO REGIO

Patria basura,
patria basura...
Por ti daré mi médula,
por ti mi flamígero escudo,
por ti mi virginal dama,
por ti mi testículo izquierdo.
Tatachántatachántachán.
Sin ti no habría impuestos,
sin ti no tendría televisión,
sin ti ni Américo Vespucio,
sin ti no sería casi nada.

Patria basura,
patria basura....
Disfruto con tus jerarquías,
disfruto de tus injusticias.
Por ti lucharé en la gloria,
por ti esparciré mis sesos.
Tatachántatachántachán.
Por ti mataré en el fútbol,
por ti rajaré las afueras,
por ti destruiré donde sea,
para que me salves de los malos
hondeando tu trapo al viento.

Patria basura,
patria basura...
Amo tu tierra linda,
tus policías de cachiporra sangrante,
tus empleos para limpiar letrinas,
tus religiones totalitarias,
tus bocadillos de sardinas.
Tatachántatachántachán.
Sólo consumo productos de mi país,
sólo veo "films" de mi país,
sólo cago en tazas de váter de mi país,
sólo violo a niñas de mi país.
Patria basura,
¡patria basura!

lunes

ALEGORÍA A LA MUERTE DE UN ZAPATO

-Eres el hortera con más estilo que conozco –dijo Kike, el camionero filósofo a Eurynome, un extravagante grasstropper de patillas fragmentadas, pantalones de campana y colgante reloj sempriterno.
-Te honra el halago.
Así comenzó la conversación. Como todas las tardes acabaría derivando en falos y vaginas. Eurynome se había casado hacía dos horas, la única diferencia que sentía era el anillo que comenzaba a apretar demasiado. Así que se lo quiso sacar. Cuanto más forzaba, más se hinchaba el dedo. Pronto los anillos se multiplicaron, rodeando, primero, todos los dedos del freak. Después sus extremidades, hasta que todo su cuerpo quedó rodeado por aros con estúpidas inscripciones. Kike, a su vez, se empezó a hinchar y su ropa explotó, incapaz d contener su grandeza. Tras esto marchó volando por los aires, hasta tocar la bóveda celeste en una sonora onomatopeya.

El anillado Eurynome pronto fue rodeado por serpientes de rostros femeninos. Los seres, de afilada e infinita lengüitud, decían continuamente:
-Una relación es un contrato verbal, un matrimonio es un contrato legal, la procreación es el contrato que justifica que los interesados realicen las anteriores uniones.
A Eurynome, cansado de la cantinela de víboras, las orejas se le hicieron molinillos de café, en los que machacaba todas las palabras que entraban, haciéndolas letras y luego sonidos dispersos y minúsculos y luego grano molido. Y, claro, no oía nada, pues todo llegaba machacado, lo sabio y lo necio. Cansado de moler Eurynome se hizo oruga. Babeó un poco y luego tornó a su estado normal al ver que las serpientes habían optado por la retirada (reptada, en su caso).

Y Eurynome, rodeado por dos árboles, alto e ínfimo, grueso y fiel, continuó su camino. Poco a poco, el sol fue cubriéndolo, agrandando su sombra y empequeñeciendo su propio cuerpo. El sol se apagó cuando Eurynome bailaba entre motas de polvo, liviano como el aire, libre como pájaro enjaulado. Se paró a pensar, hacía tiempo que no lo hacía… pasaba horas escribiendo cosas sin sentido o justificándose, pero nunca se paró a pensar.
La decisión era aparentemente sencilla y tremendamente complicada. Aquella noche Eurynome debía optar por la vida o su contrario. A su izquierda moraba la noche, a la diestra bailaba el día. La muerte era siempre más atractiva, era el enigma, lo prohibido. La vida te llenaba, pero Eurynome temía levantarse una mañana y encontrar que todo lo que le llenaba era su propio vacío. Así, una vez más, optó por la muerte. Bailó con ella hasta desfallecer y después besó la calavera de la mujer de negra mortaja. Acarició todo su esqueleto, violando todos sus huecos. Cuando Eurynome estuvo saciado dio un paso hacia atrás, sabía que la muerte era algo que no podía retener. De nuevo se enfrió el corazón de Eurynome y se refugió en el calor de la vida. Manoseando la opulencia de su carne, saboreando sus carrillos, sus gruesos labios, sus caderas. Se amó hasta el amanecer.

Despertó convencido de conocerse. Pero a cada paso que daba surgía algo nuevo que le decía que no sabía mirar a sus propios ojos. Entonces Eurynome llenó de saliva sus manos. Con la saliva hizo una esfera de plata, que introdujo en la cosecha. Eurynome aprendió a mirarse a los ojos, y a los ojos de la gente. La explanada tornó en avenida y de ella surgieron luces y desafíos al cielo. Pronto todo sería perfecto. Pero Eurynome se sentía sólo porque sólo era un zapato joven que se creía viejo. ¿Y de qué puede hablar un zapato que no entiende de fútbol?

sábado

ELECTRODOS CASTIZOS a.k.a. PEPLUM PRIMUS (ANTIGUA SUBURBIA)

I
Alrededor de las 12:51
Minuto más, minuto menos,
Acercándose al pabellón 8
Del ambulatorio número 50
En la calle 305, sector H,
Bloque 2-G.
Acercándose el trampero
A la dirección dicha, descubrió
Que una hormiga cosquilleaba
En su roído calcetín,
Y con dos dedos la aplastó.

II
La cofia de la enfermera,
Mujer oronda y nerviosa,
Se movía a su compás.
Las paredes del pabellón…
Vacías y pálidas,
Faltas de sentido y sentimiento,
Inundaban la sala y las cabezas.
13 horas después
El altavoz vomita tu nombre,
Mecánicamente.
Te levantas, trampero, y recorres
Fantasmales pasillos de efervescencia.
Piso quinto, consulta número 7,
Eres declarado incapaz,
Incapaz para la producción.
Las palabras surgen de una máquina.
Presunto trampero,
Te diriges a la comuna.
Las máquinas
De la nueva ciudad,
Del viejo mundo
Imponen su ritmo vertiginoso
A todo aquel que tenga algo que hacer.
Tú, que no lo tienes, sólo miras,
Algo que nadie hace.
Ves gente que corre
Al son de luces y sonidos hipnóticos,
Nadie mira.

A tu mirada sincera sólo encuentras
La respuesta esquiva de sus ojos.
Ojos cansados, ¿grises?
Se niegan a mirar, quizás sea miedo.
El cielo era algo
Que escapaba de tu percepción
Cuando tu campo visual estaba ocupado
Por tu reloj digital.
Ahora, mirándolo,
Azul anaranjado,
Frío y vaporoso,
De esponjoso desenfoque,
Consigues rescatar una lágrima.
Algo que olvidaste hace tiempo.

III
Nada nuevo en la comuna,
Sólo una mala noticia que ya esperabas.
No hay producción,
Luego no hay vivienda.
Empaquetas y vuelas,
¿para qué malgastar otra lágrima?
Caminando casino y…
La oficina de empleo,
Edificio burocráticamente ridículo
De funcionarios casi calvos
Con gafas de culo de vaso.
Sellan sus papeles,
Marcando tu destino.
No deseable.
No produces.
No eres nadie.

IV
Siempre habías sido alguien,
Creías que eso era algo
Que no se te podía robar.
Pero la fría mañana
Dio paso a la aturdida
Tarde esmeralda
Y el paisaje te
Encontró sentado,
Preguntándote
Y sin poder responder.
Orinas en la oficina.
Sigues teniendo alma.
Acaricias la bóveda estelar
Con una lágrima.
Y aún quedan geranios
En el tiesto de la vecina.

martes

USAR SOLAMENTE EN CASO DE...


USAR SOLAMENTE EN CUALQUIERA DE ESTOS CASOS:

-Usted es insultado mientras conduce su vehículo.
-Acaban de dar una opinión desfavorable sobre su equipo de fútbol predilecto.
-Demasiado zapping (sin ser usted quien controla el mando).
-Alguna opinión desfavorable sobre sus nada opulentos michelines.
-Un silencio en respuesta a un “buenos días”.
-Le dije dos terrones de azúcar.
-¿Quiere hacer el favor de no rozarme con su pierna? (en el metro)
-Hace diez minutos que espero…
-La misma conversación de todos los días.
-Le preguntan de nuevo cuándo se piensa casar.
-Le preguntan de nuevo cuándo se buscará un trabajo en condiciones.
-Otra bronca del jefe.
-Otra sonrisita de ese compañero pelota.
-Alguien que habla en el cine.
-Alguien mastica sus palomitas con demasiada intensidad en el cine.
-Alguien se le adelanta en la cola del supermercado.
-Un pisotón inesperado en el autobús.
-Esa persona no demasiado amiga de la higiene coloca su axila cerca de usted.
-Le han pedido los apuntes, ¿por qué demonios no vienen a clase?
-Ese vecino demasiado cotilla.
-¿Me ha mirado usted con cara rara?
-Deje de hacer ruido señor motorista.
-A mi novia no se la mira, oiga.
-Esa música está demasiado alta.
-Esa música ni siquiera me gusta, qué demonios.
-Alguien no parece responder a sus irresistibles encantos amatorios.
-Otra vez pisa las deposiciones del adorable chucho.
-¿Cuándo acabarán de arreglar el ascensor?
-Cada vez ponen su programa preferido de la TV a una hora distinta.
-Demasiados anuncios, demasiados anuncios…
-Señorita depedienta, ¿qué quiere decir con qué no fabrican mi talla?
-Hasta dónde se creen que van a llegar con lo bien que se vivía con… (rellenar según la particular ideología).
-Esa persona habla un idioma distinto al mío.
-Esa persona tiene un móvil mejor que el mío.
-Con que acabas de vender la última barra de pan…
-No le dejan pagar el recibo de la luz en el banco porque se retrasó cinco minutos.
-Otro autobús lleno.
-Ese insistente dolor de (rellenar según la particular dolencia).
-¿Esto le parece a usted un aperitivo en condiciones?

…o cualquier otra razón de su elección que le produzca algún efecto de contrariedad en su, por otro lado muy respetable, sensibilidad.

jueves

AMANDO A TALITA


Talita González era una mujer de vida gris. Vivía en un ático muy "cuco" en la mejor zona de la ciudad y tenía un buen empleo (o el empleo la tenía a ella, según se mire) de secretaria para un empresario poderoso y apuesto. Tenía también un ropero lleno de trajes grises, grises pañuelos y zapatos grisáceos. Gris era la luz con la que amanecía, brillos apagados que perforaban su ahumada persiana. Gris su ropa interior y grises sus sueños, gris despertador y gris su bostezo en el gris vagón de metro junto a puñados de hombres grises, todos de camino a sus grises empleos, tratando de rozar el trasero de Talita con sus grises manos. Gris era la salsa de sandwich, gris su televisor... hasta su kit de tampones era gris.

Tan sólo una cosa no era gris en su vida. Las noches. Más concretamente las noches de 10 a 11. Sólo en esos momentos Talita olvidaba el vacío de su existencia y se entregaba a algo. Sólo entonces se sentía amada. Algunos lo llamarían obra de caridad, otros transubstanciación, para Talita sólo se trataba de un acto de supervivencia, algo que la zafara de su asfixia. Todo comenzó el día en que Talita decidió hacer algo por los más necesitados. Así fue como comenzó a dar espectáculos gratuitos de strip-tease en orfanatos.

En su primer strip-tease para los pequeños supo que aquella era su sagrada misión. Le bastó ver las caritas de los inocentes niños de nueve años babeando ante su turgente cuerpo desnudo para matar a la Talita gris. Ella, la nueva Talita, vestía de gris y con gafas, pero sólo como gancho fetichista. Hacía el papel de una profesora perversa que iba despojándose de su ropa hasta conseguir humedecer los pantalones de todos aquellos tiernos infantes.

Pero los años fueron pasando, y el deseable cuerpo de Tanita tornó en fofo y arrugado despojo. Los niños dejaron de atender a su antiguo icono sexual. Preferían ver un reality show a contemplar su impúdico baile. Sus envolventes movimientos no servían para despertar la pasión de los pequeños romeos, ahora embrujados por las imágenes irreales de concursantes en bikini. Así fue como Talita: desdentada, septuagenaria, canosa y con más vello en las axilas que de costumbre, se pegó un tiró. En el mismo escenario donde tantas veces se desnudara yacían ahora sus sesos. Los niños tardaron cinco horas en percatarse de su muerte, algo lógico si consideramos que emitían la final de gran hermano.

Moraleja: si tienes setenta años mejor no hagas un strip-tease en un orfanato

miércoles

CROAN Y CROAN

Los sapos pueblan la ciudad.
Papadas hinchables de neón.

Nadie parece darse cuenta.
Croan y croan, sin parar.
Verdes y ocres refulgen,
la luna ilumina sus pieles
de goma, membranas y yeso.
Despierto en una urbe sapo,
ellos saltan al vacío sin parar.
Pero nunca están abajo.
Habitan las alturas.
Torres de cristal y nácar,
reflejos de oscuro asfalto.
Se han comido tu alma.
Y me croas en la cena.
Croas entre sueños.
Croas al despertar.
Hasta cepillándote
los dientes, croas.
No veré tu piel brillar
a la luz del pantano.
Deja de croar.

LOLITO

Ven a cortar mi césped.
Te espera verde y frondoso.
Salvaje. Selvático.
Seco e inhóspito.
Ven con tu camiseta de Eminem.
Tu libro de Harry Potter.
Tus pantalones caídos.
Entra en casa, tengo limonada.
Tu acné juvenil, vibrando,
como volcán en erupción.
Tu estúpida forma de reír,
tu rebelde forma de llevar
tus desteñidas converse 76.

Toda tu desgarbada estampa
despierta fuegos perdidos.
Quiero tus brackets en mi pecho,
tus rápidas y torpes envestidas
perforando mi vientre yermo.
Tus nalgas prietas
apresadas en mis manos.
Deja que te amamante.
Mi niño ingenuo e idiota.
Tumba la foto de mi marido.
Tenemos dos horas.
Y estoy sedienta.
¿Otra limonada?

martes

YO (O PARECE QUE ESTÁ EMPEZANDO A ANOCHECER)

Todos se burlaban de Bruno. Era un borracho cuarentón, calvo y jorobado aficionado a llorar viendo telenovelas. El 14 de Abril del año en que cumplió 45 años Bruno descubrió que era un Dios. Su madre siempre había dicho que había nacido para ser alguien importante pero nadie creyó nunca eso, al menos hasta ese 14 de Abril.

Fue un miércoles cuando el tren de mercancías número 53 le pasó a Bruno por encima. Partió su tronco en dos, dejando sus tripas desparramadas por el suelo, junto a sus desencajadas piernas. Su cabeza y tórax llegaron rodando hasta un poste, y ahí se quedaron. El simpático zoo rural que había tirado a Bruno a las vías no estaba preparado para lo que vio a continuación. Ante sus atónitos ojos Bruno se recompuso, volviendo a unirse en su poco agraciado cuerpo. Tras esto el jorobado siguió andando, como si nada hubiera pasado. Uno de los amables lugareños quiso seguir jugando con Bruno, apuntó su rifle hacia la abultada espalda y disparó, segando un brazo del jorobado. Él tan sólo se detuvo un instante, después siguió su inestable paseo, dejando que el brazo volviera a su sitio, sin tan siquiera una cicatriz.

Muy pronto Bruno se convirtió en la atracción del pueblo. Primero fue sólo una diversión de viejas, las cuales le perforaban los testículos tras hacer ganchillo, pero pronto un productor de televisión supo sacar provecho de nuestro jorobado amigo y le propuso hacer un programa semanal de variedades. La hora de la mutilación semanal de Bruno acabó siendo el programa más visto del país. Surgieron muchas imitaciones en países colindantes que fueron un fracaso, pues sus participantes morían en el primer programa. Entretanto a Bruno le surgieron muchos familiares desconocidos e hijos ilegítimos, cosa extraña, pues seguía siendo virgen.

Nadie se explicaba la bizarra capacidad de regeneración del incapacitadocuerpo de Bruno. Hasta que llegó el reverendo Cuscúrrugui. El ex-jesuita reconoció en Bruno a Dios, y fundó la Iglesia Brunista, santo tullido y mediático. En las misas semanales se mezclaba rock cristiano, peleas femeninas en barro y algún espectáculo de autodestrucción por parte de Bruno. Cuando las calles se llenaron de cadáveres de niños deseosos de emular a su jorobado favorito Bruno decidió que había llegado el fin. Hasta el momento no se le había ocurrido, pero ahora sabía por qué no había muerto hasta ahora. Nunca había querido morir. Sus últimas palabras fueron dichas en el templo, "todos los hombres son Dioses que no morirán si son conscientes de su inmortalidad". Dicho esto pidió una hamburguesa con queso y murió.

viernes

IGNE MACHINA RENOVATUR INTEGRA

Mordía la manzana con ansiedad, casi como si la fruta se fuese a deshacer si no la asía con fuerza. En aquel momento se dio cuenta de que no mordía otra cosa que no fuese él mismo. A su espalda aún quedaban rastros. Obsesionado, forzó su vista hasta casi desencajarla. Se sacó los ojos y los hizo rodar por el suelo, hasta que encontró lo que buscaba. ¡El chip! Hacía sólo dos horas que había matado a su ordenador. Cuando lo descubrieran... Tuvo que hacerlo, poco a poco iba dejando de ser el dueño de la situación. Para todo lo necesitaba: compraba con él, se comunicaba con él, creaba con él, follaba con él... tuvo que hacerlo.


Volvió a colocarse los ojos y se tragó el chip. Se cubrió con una vieja gabardina parda y salió a la calle. Todo parecía mirarle, algo inquisitivo en el aire, quizás ya lo sabían. Sudaba. Sudaba como un cerdo. Y olía a miedo. Hasta las máquinas pueden oler el miedo. Le miraban: a través de los cristales, la sluces y el hierro, sentía cómo le miraban.

Acudió al único sitio donde recordaba haber sentido alguna vez seguridad: la estación de autobuses. La huida era la única solución que conocía, de modo que se dispuso a huir, una vez más. Comenzó metiéndose la mano en la boca, después el brazo, hasta que todo su cuerpo estuvo en su estómago. En la oscuridad de su bazo vio el chip, y comprobó cómo se había adueñado de su cuerpo, cómo había llenado su interior de cables infinitos. Fue entonces cuando decidió nacer de nuevo, procreado esta vez por la máquina y rebautizado como número 5.

Así fue que apagó el ordenador: había trabajado demasiado. Se metió entre las sábanas y confiado, durmió. El lector quería más, pero sentía que se acercaba el fin del estúpido relato. Por esto, atravesó la pantalla y apretó con fuerza el cuello del protagonista. Mientras el lector volvía a la realidad, abandonando el relato, notaba cómo la pantalla del ordenador brillaba cada vez más, como queriendo agradecérselo.

jueves

EL LIMONERO TENAZ

Principio y fin
Renace en ti
En tu alma
En tu hígado
Evacuación fallida
En busca de
plenitud estomacal
Crece y explota
Sinsentido gastrointestinal
Un limón verde
¡Maldigo a su creador..!
El limonero

A GREENPEACE

Al altramuz le digo que sonría,
a ti que la sopa está fría.
Le doy caviar a los patos,
y tú mientras lavando los platos.
Lucho por la penúltima ballena,
pero tú, mujer, te mueres de pena.
Yo soy ecologista, hermano,
que den por culo al ser humano.

SILICONA 3'14

Él pintaba. Eso no quiere decir que fuese un artista. Posiblemente no quiere decir nada. El hecho es que un día uno de sus cuadros se lo tragó. Pasaba horas enteras mirándolo. Decía que era su mejor obra. No dormía, no comía, sólo alimentaba sus sentidos con aquella lúgubre explosión cromática. Los colores del cuadro eran infinitos, desconocidos, irracionales... Todo el mundo quedaba fascinado por el cuadro, atraidos por la leyenda del pintor embrujado. Multitudes acudieron ante el cuadro fantasma. Y multitudes quedaron boquiabiertas, sin vivir, sólo admirando la fascinante obra.

Ya eran miles los zombis que custodiaban el lienzo. Algunos llevaban máquinas oscuras, portadoras de luces. Ante las masas aparecía un hombre barbudo, y por tanto sabio, que decía una parrafada sin sentido, nombrando nombres innombrables, justificando el extraño hecho, para después desaparecer. Poco a poco la gente comenzó a creer las explicaciones del hombre sabio y dejó de mirar el cuadro. Hasta el pintor dejó de mirarlo. Y después lo quemó.

El lienzo se hizo cenizas y las cenizas viento, y el viento sopló hacia otro lugar. El pintor siguió una carrera decente y acabó siendo un honorable ministro de cultura. Su primera labor fue prohibir la decadencia. Esto puso rejas en las manos, y los ojos, y los corazones. El ministro miraba su obra complaciente. Tan sólo se miraba en un espejo.
Un niño acarició la arena, creando formas insólitas. El viento inundó al niño que lo aspiró con toda la fuerza de sus pequeños pulmones. Entonces miró a la arena, y quedó embrujado...

miércoles

SIN TÍTULO II

Destapa la cripta de tu sollozo.
Muéstrate sin miedo.
Desnúdate ante mi mirada híbrida.
Mi esperanza culmina en tu latir.
Vamos, dime niña,
¿quién ganó ayer el partido?

martes

EN EL NOMBRE DEL PADRE

Escucha nuestro llanto,
de los que duermen bajo tus sábanas.
En el nombre del padre,
el que sonría acariciando tu pelo
para abusar de ti a mediacnoche.

Escucha nuestro llanto,
de los que tiemblan bajo tu techo.
Unión hipócrita y normalidad podrida.
Ojalá tus rojos no enrojezcan de nuevo,
ojalá no dejes nunca más en mi tu marca,
ojalá apacigües tu alma atormentada.

En el nombre del padre,
del hombre corriente,
del que nos mantiene,
del asesino.
Del que hincha su piel
entre lágrimas y moretones.
Esperando una nueva ración
de fútbol y violación.
Ojalá mueras como símbolo.
Ojalá se olviden tus plegarias.
Ojalá este poema no tenga sentido.

DEBES SER DEL DEMONIO

Se dirigió a mi con una sonrisa,
casi humana, casi divina,
y me dijo: "debes ser del demonio".

Fue duro oír eso,
como su mirada.
Juro que nunca tuve
cuernos ni fuego.

El predicador vino pronto,
aún era dura la caída del sol,
"no te hace falta fuego", dijo,
"sin duda eres del demonio".

Así que me enseñaron sus cruces,
de modo que me rociaron el cuerpo,
con pócimas, grasas,
y semen de Papa.

Encendieron cirios humeantes,
y rezaron hasta el amanecer,
y los hombres encapuchados
prepararon una hoguera.

Mi madre lloraba sangre,
mi padre golpeaba las paredes,
con rabia, gritando, sin parar,
"este muchacho debe ser del demonio".

Una comisión por la buena moral en la comunidad
me dijo que no era una buena influencia.
Yo sólo me merendé a un par de vecinos,
es que nunca me fue el rollo vegetariano.

Una cotilla me señalaba,
"lo vi, cómo bailaba,
lo vi, cómo reía,
debe ser del demonio".

Cuando las manillas marcaban las dos
y empezaban a arder los leños,
corrí, se que muchos no lo entenderán,
pero no soy ningún mártir.

En el cruce de caminos me masturbé,
no se equivocaban, después de todo.
En mi muslo había una etiqueta,
decía: "propiedad del demonio".

PERRA VIDA

El perro cagó en el viejo roble,
gris ya por la insistente humareda.
Su amo recogió el excremento,
y cuidadoso lo empaquetó;
lo tenía bien adiestrado,
el perro al dueño, se entiende.
Revisión periódica, vacunas,
comida de gourmet, y sexo.
El perro ladraba al dueño,
agotado por su trabajo exclavizador
y las colas de la seguridad social.
El perro era feliz, salvo por términos como
"perra vida" o "perrito caliente",
salvo eso, siendo perro,
tenía una vida más humana
que la de muchos hombres.

EXÉGESIS

Jacarandoso torna a tu lado el viento,
con algo de recato y vergüenza,
con miedo a no poder eclipsarte.

Diáfano el cristal del que te respiro,
concurrido y ansiando mi asma,
sin agallas para mirarte
y ver en ti la nueva masacre.

Retratista el perfil de tu espejo,
el tugurio del que mamaste miedos,
afilado como tu pupila mordiente,
esperando apenas un arrumaco
para hacerme acuarela en tu mirada.

Inclusero mi ombligo,
junto a tu sudor,
esperando preexistir
en la disparidad
de un mundo plano.

E impaciente sacudo
mis zancas, chapoteándote.
Como el zar que raya su imagen
en un espejuelo mínimo,
como el señorito,
creo que el génesis
es la muchacha de mi arrullo,
bebiendo gaseosa
en brazos de tenebroso emisario.

Y nada de esto te teme,
pero nada de esto te explica.

La oxidada tubería.
El dorado xilófono.
Los pezones vidriosos.
Abocetar un presagio.
El jugoso pacto
con alguien con cuernos.
El remolque hacia ningún lugar,
aunque sí volcánico.
El ostentoso anillo de la vecina.
El trazo de tu orina.
Vida.

Ni nada de esto te entiende.

Eres otra máquina del tiempo
de tres mil sueños rotos.
Eres casi estiercol mojado.
Eres recovecos en tu memoria
y vaho de vaso de tabernero.

El futuro es arisco y decimal
a tu semental forma de mirarlo.
Hora licenciado,
hora picapedrero,
o pluviómetro que siente mi lluvia,
o tía rica con chocolatinas,
que cuenta viejas historias
y ciertas cosas que olvido aposta,
como sesos a la parrilla
o tu trono.

Sumisión,
es la palabra que me invade
mirándome en un fogonazo.
Tú, el factor que me obliga a vivirte.

Yo, tu siervo,
esperando el infarto de tu aliento,
sin parentesco con los monos
que me salve de invocar a Sócrates.

Tú, tez,
zambullido,
tráfico,
mísero deseo,
cachiporra sangrante,
esquela en diario amarillista,
espantajo desincronizado,
reliquia de momentos peores,
mucho peores.

Otra máquina del tiempo
programada a ninguna parte,
el lugar del que venía.
Capaz de aterrarme
y hacerme tu admirador.
Esperas en el brasero de las horas,
pero no verás evaporarse
ni una de mis palabras.

HIPOCONDRÍA

Vivir o amar, eterna duda.
Amar con vos es hipocondría
cuando, untados en mercromina,
comienza nuestra orgía.
Cubro tu cuerpo de tiritas
tomando un gelocatil,
calmando el clamor que brama.
Fluimucil, eterno sollozo,
Voltarén, salvaconil,
Airtal, Auril, Clamoxil,
cual plumas, eternas, hermosas,
penetrando en mí.
Anhelo tu botiquín,
y no me conformo con aspirinas.
Dolalgial, Pentatol, ansias mil,
incluso algo para la menstruación.
Sólo ahora, borracho de fervor,
dame un alka-seltzer,
y acabamos, mi amor.

lunes

HISTORIA DE DOS ENAMORTADOS

Ella era una chica dura,
lo más romántico que dijo fue:
"trae tu verga ahora mismo".
Él era alto y feo,
como los árboles más nobles.
Ella era orgullosa y libre
y con su navaja hacía
una nueva muesca,
otro enamorado.
Y del árbol brotaba resina.
Ella era andrógina como el viento
y se reía de sus poemas
que no iban a ninguna parte.
Él, triste y pálido,
era supositorio mojado.
Ella era grande y peluda
como los osos polares.
Él se perfumaba para ella
con fragancias de anuncio.
Ella era alérgica al perfume
y reía con los incisivos,
brutalmente,
escupiendo su sonrisa al viento.
Él acariciaba su cabello,
esperando una nueva dentellada.
Ella juraba amores a la luna
mientras hurgaba en su trasero
en busca de porquería.
Él solapaba su mentira en lágrimas
sabiendo no ser mejor que ella.
Un día ella descubrió
que el bulto en su slip
no significaba diarrea.
Él sólo suspiró
y abrió bien sus caderas.

SOLICITUDES PECAMINOSAS

Eres tan dulce
como la humillación
del fracaso eterno.
Tan hermética
como el rayo trasparente
de un ocaso rayado.
Extinta
como el holocausto
de los antiguos mitos.
Deforme y agrietada
como el refulgir
de un hombre en bronce.
La plaza, tibia y delicada,
se rinde a tu paso.
Te hace sentir breve,
como un añadido enciclopédico.
Roes el mármol,
y quemas mi cultura de papel.
Yo vivo llamándote,
paranoico y demoniaco,
esperando el crematorio,
o la aventura de no saber
en qué día vivo.
Se te iluminan los ojos
al ver la fisura resbaladiza
en el cuerpo de la presa,
vomitando algo
entre agua y sangre.

POESÍA AL NIÑO PERCHA

Así como se mastica el miedo
en tibios fragmentos de dolor,
es como veo tu rostro.

Inerte, en este otro lago.
La vida no te trató bien.
Adicto al pegamento
a los trece años.
Adicto ahora a mi poesía.
Niño percha.
siempre colgado
con algo.

Te escudas en lo lúgubre,
pero te delata tu sudor,
cercano al olor del hierro
de las máquinas de gimnasio.
Olerlo es verte, aún en la sombra.
Espera, tu día vendrá.
El vigésimo Octubre seco
se materializará tu venganza,
y será dulce, será húmeda,
casi no será venganza.
Y alguien dirá tu nombre,
y te recordaremos
así como se mastica el miedo
en tibios fragmentos de dolor.

sábado

HIJO DE UNA CAFETERÍA DE PLÁSTICO

Voy a hacerte el amor
hasta llenarte el alma,
o morir sin ti
en una cafetería de plástico.
Ciclos vienen, tú te vas.
Mi cabeza rebosa
de conversaciones de abuelas.
Si me conformara con una porción
y el rincón de la cafetería.
Las viejas inundan el lugar:
dentaduras postizas, perlas,
moños y pensión de viudedad,
gafas de pasta, brisca y té.
Sólo las oigo masticar.
Escribo un papel
y me pierdo en la mesa.
Cola de máquina,
tortilla recalentada
con ketchup.
Ciudadano climático,
tanto como la luna,
olvídate en lugares
donde no se puede
esperar nada
excepto el siguiente metro.
Y si mirás atrás,
sólo si miras atrás,
si te atreves
a mirar atrás,
no hay nada,
sólo impaciencia,
soledad,
plástico en tu plato.
Nada.
No hay nada.
Salvo 26 viejas,
12 de ellas en un corro,
3 botellas de agua mineral,
2 cromos en el grasiento suelo,
16 gusanos de seda en una caja de seda sin agujeros,
14 risas punzantes,
1 ficus,
1 dependiente con pajarita,
3 canciones de los Beatles en versión de supermercado,
2 máquinas tragaperras,
1 niña lasciva que bebe en pajita,
miradas vacías que miran a ventanas vacías,
y un espejo en el que aparezco sin ti,
no hay nada en mi cafetería.

UN HOMBRE PRIMITIVO FRENTE A UN ESCAPARATE


Te quiero así, inaccesible.
Tras el cristal.
Te quiero limpia, sobria, callada y afeitada.
Sin olores, sin grumo menstrual.
Te quiero quietecita en tu escaparate.
Podré verte de temporada en temporada.
Te prefiero en la sección de lencería.
Te quiero inalcanzable, envidiable.
Sin descorchones, ni extremidades caídas.
Te quiero joven, te quiero inerte.
Te quiero encerrada en las eternas rebajas.
Sin palabras que las más de las veces sobran.
Te quiero inaccesible.