viernes

IGNE MACHINA RENOVATUR INTEGRA

Mordía la manzana con ansiedad, casi como si la fruta se fuese a deshacer si no la asía con fuerza. En aquel momento se dio cuenta de que no mordía otra cosa que no fuese él mismo. A su espalda aún quedaban rastros. Obsesionado, forzó su vista hasta casi desencajarla. Se sacó los ojos y los hizo rodar por el suelo, hasta que encontró lo que buscaba. ¡El chip! Hacía sólo dos horas que había matado a su ordenador. Cuando lo descubrieran... Tuvo que hacerlo, poco a poco iba dejando de ser el dueño de la situación. Para todo lo necesitaba: compraba con él, se comunicaba con él, creaba con él, follaba con él... tuvo que hacerlo.


Volvió a colocarse los ojos y se tragó el chip. Se cubrió con una vieja gabardina parda y salió a la calle. Todo parecía mirarle, algo inquisitivo en el aire, quizás ya lo sabían. Sudaba. Sudaba como un cerdo. Y olía a miedo. Hasta las máquinas pueden oler el miedo. Le miraban: a través de los cristales, la sluces y el hierro, sentía cómo le miraban.

Acudió al único sitio donde recordaba haber sentido alguna vez seguridad: la estación de autobuses. La huida era la única solución que conocía, de modo que se dispuso a huir, una vez más. Comenzó metiéndose la mano en la boca, después el brazo, hasta que todo su cuerpo estuvo en su estómago. En la oscuridad de su bazo vio el chip, y comprobó cómo se había adueñado de su cuerpo, cómo había llenado su interior de cables infinitos. Fue entonces cuando decidió nacer de nuevo, procreado esta vez por la máquina y rebautizado como número 5.

Así fue que apagó el ordenador: había trabajado demasiado. Se metió entre las sábanas y confiado, durmió. El lector quería más, pero sentía que se acercaba el fin del estúpido relato. Por esto, atravesó la pantalla y apretó con fuerza el cuello del protagonista. Mientras el lector volvía a la realidad, abandonando el relato, notaba cómo la pantalla del ordenador brillaba cada vez más, como queriendo agradecérselo.

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