Eres tan dulce
como la humillación
del fracaso eterno.
Tan hermética
como el rayo trasparente
de un ocaso rayado.
Extinta
como el holocausto
de los antiguos mitos.
Deforme y agrietada
como el refulgir
de un hombre en bronce.
La plaza, tibia y delicada,
se rinde a tu paso.
Te hace sentir breve,
como un añadido enciclopédico.
Roes el mármol,
y quemas mi cultura de papel.
Yo vivo llamándote,
paranoico y demoniaco,
esperando el crematorio,
o la aventura de no saber
en qué día vivo.
Se te iluminan los ojos
al ver la fisura resbaladiza
en el cuerpo de la presa,
vomitando algo
entre agua y sangre.
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