domingo

O.

Minnesota, EEUU. Rondaba el año 81. Robert W. W. Putersmith nunca se preocupó demasiado por sus semejantes. Vivía rodeado por la abundancia. Dirigía un considerable fragmento del mundo desde su bufete de abogados en un elegante complejo de apartamentos de la avenida comercial. Un día el señor Putersmith descubrió que le había nacido un ojo en el medio de su despajada frente. Aquel extraño suceso le llenó de temor. Compró un elegante peluquín al estilo beatle y se dispuso a seguir con su trabajo. Pese a que cerraba los ojos, aquel nuevo añadido se resistía a dejar de mirar. Miraba cosas que él no quería ver. Era realmente molesto aquel ojo. Un cirujano plástico colega se resistió a extraer el ojo por riesgos médicos, de modo que el señor Putersmith se cosió el molesto ojo. Al día siguiente amaneció con dos nuevos ojos, en ambos lados del tronco. Volvió a coserlos. Y volvieron a aparecer nuevos ojos a medida que los cosía en los lugares más insospechados: axilas, rodillas, tobillos, muñeca… Finalmente se rindió y dejó de coser sus ojos. Desde entonces el paradero del señor Putersmith es un misterio. Clausuró el bufete y algunos testigos bastante fiables hablan de un espectáculo que deambula por los pueblos anunciando a la última maravilla de los monstruos de feria: el hombre de los mil ojos.

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