
-Te honra el halago.
Así comenzó la conversación. Como todas las tardes acabaría derivando en falos y vaginas. Eurynome se había casado hacía dos horas, la única diferencia que sentía era el anillo que comenzaba a apretar demasiado. Así que se lo quiso sacar. Cuanto más forzaba, más se hinchaba el dedo. Pronto los anillos se multiplicaron, rodeando, primero, todos los dedos del freak. Después sus extremidades, hasta que todo su cuerpo quedó rodeado por aros con estúpidas inscripciones. Kike, a su vez, se empezó a hinchar y su ropa explotó, incapaz d contener su grandeza. Tras esto marchó volando por los aires, hasta tocar la bóveda celeste en una sonora onomatopeya.

-Una relación es un contrato verbal, un matrimonio es un contrato legal, la procreación es el contrato que justifica que los interesados realicen las anteriores uniones.
A Eurynome, cansado de la cantinela de víboras, las orejas se le hicieron molinillos de café, en los que machacaba todas las palabras que entraban, haciéndolas letras y luego sonidos dispersos y minúsculos y luego grano molido. Y, claro, no oía nada, pues todo llegaba machacado, lo sabio y lo necio. Cansado de moler Eurynome se hizo oruga. Babeó un poco y luego tornó a su estado normal al ver que las serpientes habían optado por la retirada (reptada, en su caso).

La decisión era aparentemente sencilla y tremendamente complicada. Aquella noche Eurynome debía optar por la vida o su contrario. A su izquierda moraba la noche, a la diestra bailaba el día. La muerte era siempre más atractiva, era el enigma, lo prohibido. La vida te llenaba, pero Eurynome temía levantarse una mañana y encontrar que todo lo que le llenaba era su propio vacío. Así, una vez más, optó por la muerte. Bailó con ella hasta desfallecer y después besó la calavera de la mujer de negra mortaja. Acarició todo su esqueleto, violando todos sus huecos. Cuando Eurynome estuvo saciado dio un paso hacia atrás, sabía que la muerte era algo que no podía retener. De nuevo se enfrió el corazón de Eurynome y se refugió en el calor de la vida. Manoseando la opulencia de su carne, saboreando sus carrillos, sus gruesos labios, sus caderas. Se amó hasta el amanecer.

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