Qué amena fue la circuncisión del león marino a tu lado.
Deliciosos los cadáveres putrefactos,
como sandías secas agrietándose al sol.
Los papilomas reptantes.
Los fetos interrumpidos.
Los mejillones salvajes.
Los sacos de patatas llenos de pulgón.
Los ascensores bruscos.
El carmín de tus labios en el papel higiénico.
Los días moribundos.
Las macetas vacías, de un amarillo macilento.
Los vendedores de crece-pelos milagrosos y babuchas.
El marchito guardián del Santo Grial.
Las pesadillas húmedas tras las rejas oxidadas de tus ventanas.
La puerta del frigorífico, que nunca cerraba.
El frío de un amanecer en calzoncillos.
Las sombras, perdidas y sin nombre.
Los diagramas aberrantes.
Las hambrunas endémicas.
Las gafas de sol de plástico.
Las mentiras impresas en los carteles de productos adelgazantes.
Las radiaciones del microondas.
La ausencia de tu abrazo.
Y el tibio tictac de aquel reloj de pared estropeado, que siempre daba la hora bien.
SANDWICH DE SOPA
domingo
O.

sábado
¡AL INFIERNO CON EL QUE VOMITÓ EN EL MEDIO DE MI BONITO RELATO!


A la mañana siguiente fueron dos los vómitos que aparecieron. Crescencio colgaba de un viejo roble, con su piel desollada y empezando a acumular moscas, con lo que era poco probable que se hubiera desplazado hasta la plaza del pueblo para vomitar dos veces. Así, los habitantes de ciudad sonrisa buscaron culpables. Degollaron a todas sus mascotas y volvieron a sus casas a tiempo de bendecir la cena.

A las seis de la mañana del día siguiente comenzó a llover vómito verde. Puede que la alegre fábrica de biblias de ciudad sonrisa hubiera acabado por destruir el ecosistema de la zona, ¡quién sabe! El hecho es que los anteriores seis vómitos sólo fueron un tímido aviso comparado con aquello. Ciudad sonrisa se deshizo en vómito y ya nadie sonrió.
domingo
HISTORIA DEL HOMBRE QUE COMÍA TIEMPO

Nunca dos veces en la misma escena.
Iba a cruzar la puerta, desaparecía,
y la puerta se cerraba.
Muy ocupado como para
respetar las normas físicas.
Comía el segundo plato
antes de que le trajesen la carta,
y siempre entradas para el cine
sin guardar nunguna cola.
El hombre comía tiempo,
aunque nunca lo supo,
demasiado ocupado
comiendo fragmentos de su vida.
No tenía tiempo para pensar.
Se dejaba pensar.
Los periódicos le pensaban.
Los leía de tres en tres.
¡Cómo perder tiempo!
Comía, desayunaba, merendaba,
cenaba, todo a un tiempo,
tenía un estómago de repuesto
y desagraba verlo engullir.
Por suerte se saltaba espacios temporales,
dejando descansar a mi vista de vez en cuando.
Se duchaba y defecaba a la vez.
Hacía la declaración de la renta mientras follaba.
Rezaba, se lavaba los dientes
y se desperezaba, mientras corría
adelantando al metro,
demasiado lento para él.
Aprovechando un fragmento por completar,
fue a recoger un impreso al ministerio.
Ahora se deja comer
por la burocracia y el tiempo...
sábado
ES DURO LLAMARSE ALFREDO


-Puedo mirar –dijo él-, ¿verdad? Me gusta. Me gusta tanto…
No supe qué decir en aquel momento, de modo que volví a expulsar bilis sintiendo su mirada inquisitiva. No podría decir que me molestase en ese momento, diría que incluso me provocaba una ligera excitación. El problema comenzó cuando empezó a sacar natilla de su ombligo, natilla que fue transformándose y tomando forma, primero sólo sacudiéndose como rama violenta, luego en reptil y finalmente en brazo humano, con tatuaje de “amor de madre” incluido, que me sostuvo en el aire varios minutos. Fue entonces, creo, cuando morí, al menos según mis prejuicios católicos. La natilla se adentró en cada poro de mi piel, penetrando y fragmentando mis órganos. El momento de la explosión produjo algo de sangre… al fin y al cabo era la primera vez que era violado por un alienígena. Después sólo quedé en el suelo, tornado a mancha negra, esperando la fregona.
La siguiente mirada que vi fue la de mi amigo.

Yo no sabía que decir en aquel momento. Mi amigo estaba como siempre (salvo porque le faltaba el brazo izquierdo y en su lugar sólo tenía un desagradable y supurante muñón), mientras que yo era una mancha negra en el suelo de un lavabo público.
-Te veo raro –siguió Ernestino-. No me digas más, ¡te ha violado un alienígena y has acabado convertido en una mancha negra esperando la fregona. Siempre andas compitiendo a ver quién pasa la noche más loca, ricura. Esta vez te has superado.
Dicho esto se fue. Quise gritar, pero las manchas no tienen boca. En realidad no tienen nada, excepto mancha. Así que me resigné y esperé la llegada de la señora de la limpieza. Cuando llegó me fregó, me estrujó y me echó en un sucio cubo de agua de fregar. Entonces fue definitivo, morí.
Yo soy católico, como ya he dicho. Por esto no pude evitar sentirme estúpido al ver que me había reencarnado. Después, ya acostumbrado, me rasqué el lomo. Y es que es duro ser un perro con pulgas llamado Alfredo en una ciudad que no sabe que los perros tienen nombre. Es duro que te llamen Toby, Rufus, Roky, Kyara, etc. Ciertamente es duro llamarse Alfredo.

EL ÚLTIMO VIAJE DE KILYAN VICENTE


Cuando el hombre de cuatro brazos despertó estaba en un paisaje esponjoso. Enfocó la imagen y vio a un ser turbio y por formar, con cuerpo de animal y cabeza humana.
-No has hecho bien –dijo la criatura-. Morir sin construir nada. Eso no está nada bien.
Kilyan Vicente no podía creer lo que estaba viendo, así que se partió un dedo. Al comprobar el dolor y que permanecía en el mismo sitio, sólo dijo:
-Seré idiota, ya me he roto otro dedo.
Después se limitó a seguir al ser por un pasillo de nube…
-No has hecho bien –dijo la criatura-. Morir sin construir nada. Eso no está nada bien.
Kilyan Vicente no podía creer lo que estaba viendo, así que se partió un dedo. Al comprobar el dolor y que permanecía en el mismo sitio, sólo dijo:
-Seré idiota, ya me he roto otro dedo.
Después se limitó a seguir al ser por un pasillo de nube…

CARLITO, EL NIÑO POLÍGLOTA

Hablaba con su padre en castellano.
Con su madre, austríaca, en alemán.
Recibía sus clases en catalán,
excepto tres, que daba en inglés.
Una de sus tías era belga,
y hablaban en francés los martes.
Su amigo nigeriano le enseñó hausa
y mandarín un compañero chino.
Bengalí con el tendero Lipu.
Los miércoles y viernes,
clases particulares de italiano.
Veía canales griegos cada noche.
Hasta que tuvo el accidente.
Un hombre le avisó de que
el camión se le venía encima.
Pero el tiempo que tardó
en reconocer su idioma
en el complicado diccionario
que era ahora su cerebro,
fue demasiado largo.
Ahora habla hausa con su tía,
francés con su padre,
catalán con su amigo chino,
griego con el nigeriano,
inglés con el comerciante,
y con su madre ni habla.
Por sugerencia de su psiquiatra.
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