sábado

¡AL INFIERNO CON EL QUE VOMITÓ EN EL MEDIO DE MI BONITO RELATO!

Caminaba por la avenida. La avenida de azulejos rosas. Crescencio era feliz en ciudad sonrisa, a pesar de su nombre. Qué bonito era el paisaje. Cómo cantaba alegre y despreocupado el pajarillo en la ramita ocre. Cuan feliz aquel vecino recortando su césped. Qué alegría serena en el aire. Todo cantaba: la linda cuarentona de perfumado camisón color fucsia, el animado colibrí, el educado infante en su reluciente patinete, el apuesto yuppie con su maletín de piel… Todo era felicidad en aquel mundo de ojos azules y sonrisas blanquísimas. El cielo era azul y cristalino e inundaba las casas blancas. El ambiente era estable, una agradable brisa traía en sus brazos el olor de las flores. Las flores… las petunias, las margaritas, los tilos… su fragancia inundaba el pueblecillo. Todos sonreían al oler las flores, olían hasta en el wáter. En ciudad sonrisa la gente defecaba sonriendo porque todo olía a rosas. Crescencio se dio cuenta de que estaba en el lugar en el que quería pasar el resto de su vida: felicidad, estabilidad, paz, alegría comedida… todo rodeado por urbanizaciones de adosados y avenidas de losetas rosadas llenas de ciclistas sonrientes. De repente algo dejó de encajar. Había algo en medio de la calle. Crescencio se acercó. Parecía un vómito verde. Lo olió; después lo probó… efectivamente, era un vómito.

Algo nuevo creció en el estómago de Crescencio. La ira. ¿Quién se atrevía a vomitar en la mitad de su preciosísimo pueblecito? Su desgarrador aullido inundó el aire. Los niños se taparon las orejas, al igual que las alegres-no-menopáusicas-cuarentonas y los ejecutivos. Todos corrieron hacia Crescencio en cuanto dejó de gritar. Al ver la terrible mancha unos cuantos se horrorizaron, hicieron las maletas y marcharon a los límites de la ciudad. El resto se encargó de linchar y ahorcar a Crescencio. Tras esto todo volvió a la normalidad, rezaron a su Dios y se pusieron a cenar.
A la mañana siguiente fueron dos los vómitos que aparecieron. Crescencio colgaba de un viejo roble, con su piel desollada y empezando a acumular moscas, con lo que era poco probable que se hubiera desplazado hasta la plaza del pueblo para vomitar dos veces. Así, los habitantes de ciudad sonrisa buscaron culpables. Degollaron a todas sus mascotas y volvieron a sus casas a tiempo de bendecir la cena.

Otra mañana pasó, y tres vómitos más llegaron con ella. De modo que los felices habitantes de ciudad sonrisa decidieron empalar a todos los posibles culpables. Los ancianos de más de setenta años y los niños menores de cinco fueron atravesados por frías estacas de acero al atardecer.
A las seis de la mañana del día siguiente comenzó a llover vómito verde. Puede que la alegre fábrica de biblias de ciudad sonrisa hubiera acabado por destruir el ecosistema de la zona, ¡quién sabe! El hecho es que los anteriores seis vómitos sólo fueron un tímido aviso comparado con aquello. Ciudad sonrisa se deshizo en vómito y ya nadie sonrió.



domingo

HISTORIA DEL HOMBRE QUE COMÍA TIEMPO

Un hombre curioso, éste
Nunca dos veces en la misma escena.
Iba a cruzar la puerta, desaparecía,
y la puerta se cerraba.
Muy ocupado como para
respetar las normas físicas.
Comía el segundo plato
antes de que le trajesen la carta,
y siempre entradas para el cine
sin guardar nunguna cola.
El hombre comía tiempo,
aunque nunca lo supo,
demasiado ocupado
comiendo fragmentos de su vida.
No tenía tiempo para pensar.
Se dejaba pensar.
Los periódicos le pensaban.
Los leía de tres en tres.
¡Cómo perder tiempo!
Comía, desayunaba, merendaba,
cenaba, todo a un tiempo,
tenía un estómago de repuesto
y desagraba verlo engullir.
Por suerte se saltaba espacios temporales,
dejando descansar a mi vista de vez en cuando.
Se duchaba y defecaba a la vez.
Hacía la declaración de la renta mientras follaba.
Rezaba, se lavaba los dientes
y se desperezaba, mientras corría
adelantando al metro,
demasiado lento para él.
Aprovechando un fragmento por completar,
fue a recoger un impreso al ministerio.
Ahora se deja comer
por la burocracia y el tiempo...

sábado

ES DURO LLAMARSE ALFREDO

Yo. Yo era, digamos… un macho. Antes de morir al menos. Era un macho porque tenía más pelos en el pecho que cualquiera de mis amantes. Mis compañeros de penetraciones anales se sorprendían a menudo de mi hombría. 550 oscuros pelos nublaban mis pezones. También era muestra de mi hombría mi voz ronca. No mentiré se digo que en el televisor los hombres afeminados poseen la maldición de voces aterciopeladas, mientras que los hombres verdaderos tienen voces ásperas. Mi voz era profunda y casi, diría yo, siniestra. Claro que yo nunca llegué a oírla. Yo soy un artista. Como todo artista que se precie tengo un cuerpo grande, un torso de enormes dimensiones coronado por una diminuta cabeza. Mi cabeza es, sobre mi cuerpo, caricaturesca,, minúscula, ínfima, hasta tal punto que me olvido a menudo el paraguas cuando no llueve y lo saco cuando no hace sol, y nunca tengo migrañas, pues en tal pequeñez no caben cerebro y dolor a la vez.

Me gustaría contar lo que me pasó el último día que viví el mundo tal y como lo conocía. Era un sábado como otro cualquiera, así que entré en el lavabo a vomitar sangre y alcohol. Al arrodillarme frente a la taza del wáter vi a un hombre mirándome con ojos de neón. Yo le miré también, por educación, mientras me corría el vómito grisáceo por la comisura de los labios.
-Puedo mirar –dijo él-, ¿verdad? Me gusta. Me gusta tanto…
No supe qué decir en aquel momento, de modo que volví a expulsar bilis sintiendo su mirada inquisitiva. No podría decir que me molestase en ese momento, diría que incluso me provocaba una ligera excitación. El problema comenzó cuando empezó a sacar natilla de su ombligo, natilla que fue transformándose y tomando forma, primero sólo sacudiéndose como rama violenta, luego en reptil y finalmente en brazo humano, con tatuaje de “amor de madre” incluido, que me sostuvo en el aire varios minutos. Fue entonces, creo, cuando morí, al menos según mis prejuicios católicos. La natilla se adentró en cada poro de mi piel, penetrando y fragmentando mis órganos. El momento de la explosión produjo algo de sangre… al fin y al cabo era la primera vez que era violado por un alienígena. Después sólo quedé en el suelo, tornado a mancha negra, esperando la fregona.
La siguiente mirada que vi fue la de mi amigo.

-He tenido la noche más rara de mi vida –me dijo, con su natural perspicacia-. Me he reunido con la mitad de la quinta convención de antropófagos neozelandeses y nos hemos pasado la noche entre ritos satánicos, aullidos a la luna y todo tipo de vejaciones. Ha sido fantástico, me han orinado encima, me han arrancado algunos miembros, e incluso me obligaron a probar el pollo a la Pantoja. ¿Cómo lo llevas tú?
Yo no sabía que decir en aquel momento. Mi amigo estaba como siempre (salvo porque le faltaba el brazo izquierdo y en su lugar sólo tenía un desagradable y supurante muñón), mientras que yo era una mancha negra en el suelo de un lavabo público.
-Te veo raro –siguió Ernestino-. No me digas más, ¡te ha violado un alienígena y has acabado convertido en una mancha negra esperando la fregona. Siempre andas compitiendo a ver quién pasa la noche más loca, ricura. Esta vez te has superado.
Dicho esto se fue. Quise gritar, pero las manchas no tienen boca. En realidad no tienen nada, excepto mancha. Así que me resigné y esperé la llegada de la señora de la limpieza. Cuando llegó me fregó, me estrujó y me echó en un sucio cubo de agua de fregar. Entonces fue definitivo, morí.
Yo soy católico, como ya he dicho. Por esto no pude evitar sentirme estúpido al ver que me había reencarnado. Después, ya acostumbrado, me rasqué el lomo. Y es que es duro ser un perro con pulgas llamado Alfredo en una ciudad que no sabe que los perros tienen nombre. Es duro que te llamen Toby, Rufus, Roky, Kyara, etc. Ciertamente es duro llamarse Alfredo.



EL ÚLTIMO VIAJE DE KILYAN VICENTE

Se sentía sólo. Posiblemente más sólo de lo que nunca había estado. Era una noche más, él encerrado escuchando jazz austrohúngaro en su claustrofóbica habitación. Pensando en la misma mujer que creía poder olvidar cada dos meses, para luego volverla a rescatar en su mente tras cada nuevo enterramiento. Ella fue el mejor aperitivo que nunca había tenido, y el más indigesto también. Un día ella se marchó. Tal vez fuera porque Kilyan Vicente tenía cuatro brazos. Aunque se resistía a pensar que fuese tan superficial. Siempre le había mentido, ensanchando los brazos de su camisa, presumiendo de unos bíceps abultados. La mentira no duró mucho.

Con frecuencia Kilyan Vicente se sentía sucio, por eso se duchaba cada cuarto de hora. Poco más hacía, de hecho, pues al acabar de secarse ya volvía a necesitar lavarse. Aquella noche decidió limpiarse definitivamente. Limpiar su corazón del recuerdo de aquella mujer. Llenó el baño de agua caliente y espuma. Después rajó sus cuatro muñecas, abriéndolas con un cuchillo de cortar queso, dejando que la sangre siguiera su curso, expandiéndose hacia otro lugar. Le sobraba sangre, le sobraban brazos, le sobraba la vida, en esos momentos. Despacio, como siguiendo una ceremonia privada, introdujo sus cuatro manos en el agua y poco a poco se fue vaciando. El vapor se elevaba y el grifo expulsaba truenos líquidos. Agua inundaba de tentáculos escarlata, después sopa de tomate. La fuerza escapó de Kilyan Vicente. Hasta que todo se apagó.
Cuando el hombre de cuatro brazos despertó estaba en un paisaje esponjoso. Enfocó la imagen y vio a un ser turbio y por formar, con cuerpo de animal y cabeza humana.
-No has hecho bien –dijo la criatura-. Morir sin construir nada. Eso no está nada bien.
Kilyan Vicente no podía creer lo que estaba viendo, así que se partió un dedo. Al comprobar el dolor y que permanecía en el mismo sitio, sólo dijo:
-Seré idiota, ya me he roto otro dedo.
Después se limitó a seguir al ser por un pasillo de nube…

CARLITO, EL NIÑO POLÍGLOTA

Carlito era un niño afortunado.
Hablaba con su padre en castellano.
Con su madre, austríaca, en alemán.
Recibía sus clases en catalán,
excepto tres, que daba en inglés.
Una de sus tías era belga,
y hablaban en francés los martes.
Su amigo nigeriano le enseñó hausa
y mandarín un compañero chino.
Bengalí con el tendero Lipu.
Los miércoles y viernes,
clases particulares de italiano.
Veía canales griegos cada noche.
Hasta que tuvo el accidente.
Un hombre le avisó de que
el camión se le venía encima.
Pero el tiempo que tardó
en reconocer su idioma
en el complicado diccionario
que era ahora su cerebro,
fue demasiado largo.
Ahora habla hausa con su tía,
francés con su padre,
catalán con su amigo chino,
griego con el nigeriano,
inglés con el comerciante,
y con su madre ni habla.
Por sugerencia de su psiquiatra.

martes

HIMNO REGIO

Patria basura,
patria basura...
Por ti daré mi médula,
por ti mi flamígero escudo,
por ti mi virginal dama,
por ti mi testículo izquierdo.
Tatachántatachántachán.
Sin ti no habría impuestos,
sin ti no tendría televisión,
sin ti ni Américo Vespucio,
sin ti no sería casi nada.

Patria basura,
patria basura....
Disfruto con tus jerarquías,
disfruto de tus injusticias.
Por ti lucharé en la gloria,
por ti esparciré mis sesos.
Tatachántatachántachán.
Por ti mataré en el fútbol,
por ti rajaré las afueras,
por ti destruiré donde sea,
para que me salves de los malos
hondeando tu trapo al viento.

Patria basura,
patria basura...
Amo tu tierra linda,
tus policías de cachiporra sangrante,
tus empleos para limpiar letrinas,
tus religiones totalitarias,
tus bocadillos de sardinas.
Tatachántatachántachán.
Sólo consumo productos de mi país,
sólo veo "films" de mi país,
sólo cago en tazas de váter de mi país,
sólo violo a niñas de mi país.
Patria basura,
¡patria basura!

lunes

ALEGORÍA A LA MUERTE DE UN ZAPATO

-Eres el hortera con más estilo que conozco –dijo Kike, el camionero filósofo a Eurynome, un extravagante grasstropper de patillas fragmentadas, pantalones de campana y colgante reloj sempriterno.
-Te honra el halago.
Así comenzó la conversación. Como todas las tardes acabaría derivando en falos y vaginas. Eurynome se había casado hacía dos horas, la única diferencia que sentía era el anillo que comenzaba a apretar demasiado. Así que se lo quiso sacar. Cuanto más forzaba, más se hinchaba el dedo. Pronto los anillos se multiplicaron, rodeando, primero, todos los dedos del freak. Después sus extremidades, hasta que todo su cuerpo quedó rodeado por aros con estúpidas inscripciones. Kike, a su vez, se empezó a hinchar y su ropa explotó, incapaz d contener su grandeza. Tras esto marchó volando por los aires, hasta tocar la bóveda celeste en una sonora onomatopeya.

El anillado Eurynome pronto fue rodeado por serpientes de rostros femeninos. Los seres, de afilada e infinita lengüitud, decían continuamente:
-Una relación es un contrato verbal, un matrimonio es un contrato legal, la procreación es el contrato que justifica que los interesados realicen las anteriores uniones.
A Eurynome, cansado de la cantinela de víboras, las orejas se le hicieron molinillos de café, en los que machacaba todas las palabras que entraban, haciéndolas letras y luego sonidos dispersos y minúsculos y luego grano molido. Y, claro, no oía nada, pues todo llegaba machacado, lo sabio y lo necio. Cansado de moler Eurynome se hizo oruga. Babeó un poco y luego tornó a su estado normal al ver que las serpientes habían optado por la retirada (reptada, en su caso).

Y Eurynome, rodeado por dos árboles, alto e ínfimo, grueso y fiel, continuó su camino. Poco a poco, el sol fue cubriéndolo, agrandando su sombra y empequeñeciendo su propio cuerpo. El sol se apagó cuando Eurynome bailaba entre motas de polvo, liviano como el aire, libre como pájaro enjaulado. Se paró a pensar, hacía tiempo que no lo hacía… pasaba horas escribiendo cosas sin sentido o justificándose, pero nunca se paró a pensar.
La decisión era aparentemente sencilla y tremendamente complicada. Aquella noche Eurynome debía optar por la vida o su contrario. A su izquierda moraba la noche, a la diestra bailaba el día. La muerte era siempre más atractiva, era el enigma, lo prohibido. La vida te llenaba, pero Eurynome temía levantarse una mañana y encontrar que todo lo que le llenaba era su propio vacío. Así, una vez más, optó por la muerte. Bailó con ella hasta desfallecer y después besó la calavera de la mujer de negra mortaja. Acarició todo su esqueleto, violando todos sus huecos. Cuando Eurynome estuvo saciado dio un paso hacia atrás, sabía que la muerte era algo que no podía retener. De nuevo se enfrió el corazón de Eurynome y se refugió en el calor de la vida. Manoseando la opulencia de su carne, saboreando sus carrillos, sus gruesos labios, sus caderas. Se amó hasta el amanecer.

Despertó convencido de conocerse. Pero a cada paso que daba surgía algo nuevo que le decía que no sabía mirar a sus propios ojos. Entonces Eurynome llenó de saliva sus manos. Con la saliva hizo una esfera de plata, que introdujo en la cosecha. Eurynome aprendió a mirarse a los ojos, y a los ojos de la gente. La explanada tornó en avenida y de ella surgieron luces y desafíos al cielo. Pronto todo sería perfecto. Pero Eurynome se sentía sólo porque sólo era un zapato joven que se creía viejo. ¿Y de qué puede hablar un zapato que no entiende de fútbol?

sábado

ELECTRODOS CASTIZOS a.k.a. PEPLUM PRIMUS (ANTIGUA SUBURBIA)

I
Alrededor de las 12:51
Minuto más, minuto menos,
Acercándose al pabellón 8
Del ambulatorio número 50
En la calle 305, sector H,
Bloque 2-G.
Acercándose el trampero
A la dirección dicha, descubrió
Que una hormiga cosquilleaba
En su roído calcetín,
Y con dos dedos la aplastó.

II
La cofia de la enfermera,
Mujer oronda y nerviosa,
Se movía a su compás.
Las paredes del pabellón…
Vacías y pálidas,
Faltas de sentido y sentimiento,
Inundaban la sala y las cabezas.
13 horas después
El altavoz vomita tu nombre,
Mecánicamente.
Te levantas, trampero, y recorres
Fantasmales pasillos de efervescencia.
Piso quinto, consulta número 7,
Eres declarado incapaz,
Incapaz para la producción.
Las palabras surgen de una máquina.
Presunto trampero,
Te diriges a la comuna.
Las máquinas
De la nueva ciudad,
Del viejo mundo
Imponen su ritmo vertiginoso
A todo aquel que tenga algo que hacer.
Tú, que no lo tienes, sólo miras,
Algo que nadie hace.
Ves gente que corre
Al son de luces y sonidos hipnóticos,
Nadie mira.

A tu mirada sincera sólo encuentras
La respuesta esquiva de sus ojos.
Ojos cansados, ¿grises?
Se niegan a mirar, quizás sea miedo.
El cielo era algo
Que escapaba de tu percepción
Cuando tu campo visual estaba ocupado
Por tu reloj digital.
Ahora, mirándolo,
Azul anaranjado,
Frío y vaporoso,
De esponjoso desenfoque,
Consigues rescatar una lágrima.
Algo que olvidaste hace tiempo.

III
Nada nuevo en la comuna,
Sólo una mala noticia que ya esperabas.
No hay producción,
Luego no hay vivienda.
Empaquetas y vuelas,
¿para qué malgastar otra lágrima?
Caminando casino y…
La oficina de empleo,
Edificio burocráticamente ridículo
De funcionarios casi calvos
Con gafas de culo de vaso.
Sellan sus papeles,
Marcando tu destino.
No deseable.
No produces.
No eres nadie.

IV
Siempre habías sido alguien,
Creías que eso era algo
Que no se te podía robar.
Pero la fría mañana
Dio paso a la aturdida
Tarde esmeralda
Y el paisaje te
Encontró sentado,
Preguntándote
Y sin poder responder.
Orinas en la oficina.
Sigues teniendo alma.
Acaricias la bóveda estelar
Con una lágrima.
Y aún quedan geranios
En el tiesto de la vecina.